Por Edmundo Casas PhD Inteligencia Arificial, MSc, MBA, Ingeniero Civil Electrónico. En tiempos donde las prohibiciones parecen ser la respuesta predilecta a los desafíos sociales, me encuentro reflexionando sobre lo que verdaderamente necesitamos para avanzar como sociedad. La reciente ley que busca prohibir el uso de celulares en las escuelas chilenas ha reavivado un debate sobre los límites de la libertad en aras del orden y la disciplina. Aunque entiendo la preocupación por las distracciones que estos dispositivos pueden causar, creo firmemente que las prohibiciones no son la solución adecuada. Más bien, debemos enfocarnos en crear ecosistemas saludables de respeto y libertad, donde la colaboración sea la clave. Las sociedades que se limitan mediante prohibiciones corren el riesgo de sofocar la creatividad y el crecimiento personal. Cuando las reglas se imponen de manera rígida, se ahoga la capacidad de las personas para tomar decisiones autónomas y responsables. En lugar de desarrollar ciudadanos conscientes y respetuosos, corremos el peligro de formar individuos que solo obedecen por miedo a las consecuencias, no por un genuino entendimiento del respeto hacia los demás. En el contexto chileno, la ley recientemente aprobada por la Cámara de Diputados que prohíbe el uso de celulares en los colegios desde pre-kínder hasta sexto básico es un ejemplo de esta tendencia. Aunque bien intencionada, esta normativa podría restringir más de lo que beneficia. La ley también establece regulaciones específicas para los niveles de séptimo básico a cuarto medio, donde el uso de celulares será permitido de manera controlada. Sin embargo, lo que realmente necesitamos no es una regulación tan estricta, sino una educación que fomente el respeto y la responsabilidad desde una edad temprana. Lo que realmente necesitamos es inculcar una cultura de respeto mutuo, donde cada individuo valore y reconozca la importancia del otro. Este tipo de educación no se logra con normas estrictas y castigos, sino a través del fomento de la empatía, el diálogo y la colaboración. Si desde pequeños aprendemos a respetar el espacio, las ideas y las necesidades de los demás, no será necesario imponer restricciones tan drásticas. La libertad no es el problema; la falta de un marco de respeto lo es. Los ecosistemas sanos se construyen a partir de la confianza y la responsabilidad compartida. Si fomentamos un ambiente en el que la libertad de cada uno esté equilibrada con el respeto por la comunidad, no necesitaremos prohibiciones que limiten nuestra creatividad y nuestra capacidad para innovar. Al final del día, lo que verdaderamente enriquece a una sociedad no es la cantidad de reglas que sigue, sino la calidad de las relaciones que construye. Es hora de repensar nuestras estrategias y enfocarnos en lo que realmente importa: construir una comunidad sólida basada en el respeto, la libertad y la colaboración. Esa es la base de una sociedad verdaderamente creativa y próspera.